jueves, 25 de marzo de 2010

La ciudad informacional y el emplazamiento del trabajo

Manuel Castells, en el prólogo y las conclusiones de su libro “La sociedad red”, introduce la paradoja resultante del impacto del informacionalismo sobre el trabajo y, específicamente, sobre su localización física. Resulta interesante ver como en una situación como la actual, en la cual las tecnologías de la información y la comunicación permiten que desde cualquier lugar del mundo podamos interactuar con otras personas ubicadas a miles de kilómetros de distancia, el trabajo pierde su identidad colectiva, pero en cambio se vuelve mucho más local. Tiene mucho que ver también, como apunta Castells, con la paradoja de la red y el yo, en la que en un mundo globalizado, en el que la red es cada vez más extensa, integrando mucho más nodos que nunca, organizando de manera más eficiente a los individuos y sus relaciones, la identidad individual se reafirma.

Este hecho es claramente análogo al papel que los lugares y, específicamente, las ciudades juegan en tablero de la economía global. La ventaja comparativa de una ciudad (o de una región metropolitana) frente a otra, deja de ser su ubicación geográfica, con su mejor o peor conexión por vía marítima o terrestre con los mercados objetivo de su producción, sino por su capacidad de integrarse como nodo de la red. En este nuevo contexto, se supera el plano físico y se reducen las fronteras espaciales. Esta superación se produce, como se ha comentado anteriormente, sobre la base de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (con Internet como gran protagonista), pero también debido a los cambios adoptados a nivel político y administrativo (principalmente el proceso de integración política y monetaria que representa la UE, en el caso de Europa), que permiten la libre circulación de factores, principalmente el capital, las mercancías y la información. Resulta cada vez menos relevante ubicarse en Barcelona o en Bratislava, porque en el contexto de una red donde todos los nodos se conectan entre ellos, ambas ciudades están a la misma distancia del nodo de destino, por ejemplo, un cliente belga en el caso de una entidad financiera.

Obviamente, esta ecuación mágica que permite abatir las barreras espaciales parece de difícil cumplimiento en el caso de mercancías físicas, es decir, resulta complicado pensar que para la producción de un vehículo y su venta en Bélgica, sea indiferente que la planta de producción esté en Barcelona o en Bratislava. Es evidente que, desde un punto de vista de rentabilidad económica, los costes de producción y transporte serán distintos en una y otra ciudad y, con ello, la decisión de radicación de la producción parecerá claramente decantarse para un lado u otro. Pese a que incluso eso puede ser discutible (existen otros factores determinantes como la formación del capital humano, las ventajas fiscales o incluso la imagen de la ciudad), la realidad es que esta nueva economía de las redes, o el capitalismo informacional o de las redes como lo denomina Castells, parece muy ligada al concepto de la economía del conocimiento (pese a que información y conocimiento no sean conceptos sinónimos, sino más bien procesos complementarios).

Sin entrar de pleno en este tema, en los últimos 30 años se ha producido un gradual cambio en la base productiva de la mayoría de las economías desarrolladas, hacia un proceso de terciarización, especialmente en actividades de una elevada tecnología y conocimiento, y de pérdida de relevancia del sector industrial, básicamente de actividades de conocimiento bajo. En el caso de Barcelona y su región metropolitana, la ciudad central ha concentrado la gran mayoría de la ocupación en actividades de elevado conocimiento, expulsando las actividades de menor conocimiento hacia municipios del resto de la región metropolitana . Esta transformación de la base económica resulta de gran relevancia, no sólo en el contexto económico sino también en el social, y es que como apunta Castells, "mientras el industrialismo se orienta hacia el crecimiento económico, esto es, hacia la maximización del producto; el informacionalismo se orienta hacia el desarrollo tecnológico, es decir, hacia la acumulación de conocimiento" . Podemos decir que en la sociedad post-industrial, la de las redes, existe una economía global donde el trabajo se une en un proceso global descentralizado y sin distancias espaciales, pero a la vez se segmenta y especializa en cada trabajador, porque su capacidad de procesar y analizar la información que fluye en las redes, es decir, su conocimiento, es su mayor atributo. Las empresas y los sistemas de producción se organizan en redes de geometría variable, donde se externaliza, se subcontrata y se deslocaliza. Como apunta Castells, esa geometría variable marca que el proceso de producción se construya sobre un conjunto de tareas conectadas entre sí, pero ubicadas en diferentes emplazamientos. Volvemos a esa paradoja, en el contexto de la economía global y de las redes, el nodo (la ciudad o la persona), lo local, gana importancia.

Toda esta explicación en torno a esta nueva era informacional o de la economía del conocimiento, nos lleva a reflexionar sobre cómo debe la ciudad adaptarse y dar respuesta a estas nuevas dinámicas que cambian la forma en cómo las personas trabajamos pero también en cómo nos relacionamos, nos desplazamos o usamos nuestro tiempo libre. Si la sociedad industrial ha dado paso a la sociedad informacional, la ciudad industrial debe dar paso a la ciudad informacional, pero no sólo transformando las actividades económicas y los procesos productivos, sino en su forma y en su estructura, en sus espacios públicos y en sus sistemas de movilidad.

En un modelo fordista, basado en la cadena de montaje, es evidente que la presencia física del trabajador es esencial en el proceso productivo. Es decir, la red es totalmente local y la conexión de cada nodo es de tipo física. En este modelo, es esencial integrar la industria y la vivienda, intentando que los trabajadores vivan cerca de las fábricas. En el modelo de sociedad informacional, basado en la economía de las redes y del conocimiento, las empresas se integran en redes globales, donde el único requisito para la conexión de cualquier nodo es básicamente Internet. Así pues, la presencia física del trabajador se hace menos relevante, incluso irrelevante en según qué actividades, y éste puede conectarse a la red desde cualquier lugar, aportando su especialización individual a cualquier proceso de trabajo global. Así pues, en la ciudad actual, ya no debería ser necesaria la integración de la industria y la vivienda, ya que el conjunto de la ciudad se convierte en un potencial lugar de trabajo. Más allá de la posibilidad de que cada persona trabaje desde casa, cualquier espacio de la ciudad público o privado (parque, biblioteca, plaza, cafetería) es susceptible de albergar un nodo de conexión a la red, sólo basta con que exista la posibilidad de acceso a Internet. La ciudad es a la vez la vivienda y la fábrica, no es necesaria la zonificación ni tampoco la integración o la proximidad.

Sobre el urbanismo de la ciudad, este nuevo concepto de trabajo puede tener, entre muchos, dos impactos interesantes: sobre las infraestructuras y espacios públicos; y sobre la movilidad.

Por un lado, la ciudad debe proporcionar la infraestructura necesaria para que desde cualquier lugar, cualquier persona pueda acceder al flujo de información de las redes, es decir, conectarse a Internet y convertirse en un nuevo nodo. Sobre los espacios públicos, éstos deben diseñarse como potenciales habitáculos de trabajo, con lo que deben ofrecer los suficientes recursos pero también comodidad y amabilidad.

Pero además, este nuevo concepto de ciudad como lugar de trabajo, implica la reducción del número de desplazamientos. Desde el momento en que cualquier trabajador no necesita estar físicamente en un lugar concreto, no sólo no necesita ir de casa al trabajo, sino que puede evitar volver a casa o al trabajo en los momentos entre desplazamientos ineludibles. Es decir, si debe acudir a una reunión y luego ir al médico y ambos lugares están cercanos, no necesita volver a la oficina, puede quedarse en un parque o una biblioteca trabajando una vez acabada la reunión y hasta la hora de su visita. La deslocalización del trabajo implica que muchos de los desplazamientos por la ciudad y a la ciudad sean vinculados al ocio y al tiempo libre, abriendo la puerta a modelos de transporte mucho más integradores con el paisaje urbano y compatibles con una mejor calidad de vida. En este modelo, moverse en bicicleta o a pie puede ser mucho más factible y la apuesta por el transporte público versus el vehículo privado más asumible.

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